Alguien dijo en una ocasión: «Envejecer es como escalar una gran montaña, mientras se sube, las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre, y la vista es más amplia y serena».
Por los años de ministerio que el Señor me ha permitido servirle en su obra, uno ha tenido el honor y placer de tratar con mucha gente. Y a lo largo de estos años, he conocido personas que son jóvenes de edad, pero muy viejos en el corazón. Y otras personas que son ancianos de años, pero tremendamente jóvenes en el corazón y la mente. Y uno se da cuenta de que es simplemente una cuestión de actitudes y prioridades. Cuando van pasando los años, y hablando con personas que me duplican la edad, uno va aprendiendo y se va dando cuenta de que quizás ya las cremas que llaman «milagrosas» y pueden rejuvenecer a las personas en su exterior, con el tiempo ya no funcionan. Por muy buenas que sean, no funcionan. La piel se va estirando, las fuerzas van menguando, pero el corazón se puede ir rejuveneciendo.
El apóstol Pablo nos dice en este versículo del encabezamiento que, aunque «la chapa exterior» se pueda ir desgastando a consecuencia del propio devenir de los años, de las circunstancias de la vida, de las propias pruebas o tribulaciones por las que tenemos que pasar cada uno de nosotros, el interior se tiene que ir renovando. Piensa que envejecer exteriormente no es una opción, es obligatorio. Pero, aun cuando uno se vaya arrugando exteriormente, puede disfrutar de una paz interior que nadie podrá quitarte.
Haz que tu mirada sea cada vez más libre, tu vista más amplia y mucho más serena. Envejecer es obligatorio, madurar es opcional.
Tomados del libro de devocionales del Pastor: “Meditad sobre vuestros caminos”.