El gran Jonathan Edwards le dijo en una ocasión a su hija Mary: «Yo preferiría que estuvieras a cientos de millas de nosotros, pero que tuvieras a Dios muy cerca de ti; que tenerte siempre con nosotros, pero viviendo separada de Dios y sin su Espíritu Santo».
Decía una antigua canción: «Cómo han pasado los años, cómo cambiaron las cosas». Hoy, en la sociedad en la que vivimos, y permíteme hablar ahora de cristianos, y no de aquellas personas que no tienen a Jesús en su corazón como Señor y Salvador de sus vidas, muchas veces a lo largo de mi ministerio he oído hablar a padres y madres cristianos de que lo más importante y como ellos realmente se sentirían realizados es, si sus hijos fueran unos «grandes profesionales y pudieran tener éxito en este mundo»… Quiero decirte, amigo/a lector, que si así tú también pienses, estás completamente equivocado/a.
El mayor éxito en nuestras vidas como padres es si nosotros les hemos transmitido ese amor de Dios a ellos. Si le hemos enseñado a amar a Dios sobre todas las cosas como dice ese hermoso pasaje de Deuteronomio. Es más, quiero decirte algo más. Si tú y yo realmente no les hemos enseñado a amar a Dios a nuestros hijos como enseña su Palabra, hemos fracasado completamente en esta vida. Dice Marcos 12:30: «Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente, y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento».
Mi amigo lector aún estamos a tiempo. Por favor, aun cuando el reloj sigue corriendo, reorienta tu horario, piensa en las prioridades y tómate el tiempo necesario para instruir a tus hijos, nietos y futuras generaciones en los caminos de Dios.