Alguien dijo en una ocasión: «Las lágrimas más amargas que se derramarán sobre nuestra tumba serán las de las palabras no dichas y las de las obras inacabadas».
Creo que el cementerio no es uno de esos lugares que realmente nos gusta frecuentar. Pero, por diferentes motivos, algunas veces tenemos que visitarlo. Con los años uno se ha vuelto observador. Y me he fijado que muchas de las lágrimas que se derraman en un entierro son, no solo por la pérdida de un ser querido, sino también por todas esas oportunidades que se perdieron para decir en vida todo aquello que no fueron capaces de decir cuando la persona aún estaba entre nosotros.
Personalmente me parece una completa hipocresía, y una falta de respeto para la persona que ha fallecido, no aprovechar la vida para decirle todas aquellas palabras de ánimo, cariño y aliento, que quizás se guardaron en el corazón y no se dijeron cuando se tuvo toda una vida para poder decirlo. Y luego, a la hora del último adiós, frente a la tumba, se llora amargamente por haber perdido una vida sin expresar esos sentimientos.
El apóstol Pablo nos anima en estos versículos a que aprovechemos cada oportunidad que tengamos en la vida para hacer el Bien. Y ya que la vida que hoy tenemos en Cristo constituye un privilegio único para poder servir a otros en el nombre de Jesús, disfrutemos de ese regalo, para que otros puedan ser bendecidos en Cristo por medio de ti. No pierdas más tiempo en esperar que otros vengan a ti para que te bendigan. Sé tú una bendición para otros.
Tomados del libro de devocionales del Pastor: “Meditad sobre vuestros caminos”.