Alguien dijo en una ocasión: «La dicha de la vida consiste en tener siempre algo que hacer, alguien a quien amar y alguna cosa que esperar».
¿A quién no le gusta disfrutar de la felicidad? Disfrutar de todo lo bueno que la vida tiene para darnos. Pero si nos ponemos a analizar lo que significa la «felicidad», seguro que cada uno de nosotros tendríamos una definición propia de lo que eso significa. Por ejemplo, el diccionario de la lengua española dice: 1) Estado del ánimo que se complace en la posesión de un bien. 2) Satisfacción, gusto, contento.
Para unas personas quizás la felicidad sería disfrutar de todas las comodidades posibles. Tener un buen coche, una buena casa, una buena cuenta bancaria. Para otros, quizás la felicidad tendría que ver con poder disfrutar de la pareja, los hijos, unos buenos amigos, etc.
Pero cuando pensamos en todas estas cosas loables como manera de disfrute o felicidad, qué pocas veces pensamos en disfrutar y ser felices gozando y pensando en el Creador de todo lo que nuestros ojos, orejas y manos, pueden llegar a ver, oír y palpar.
Pablo, quien escribió este versículo del encabezamiento, estaba diciendo a estas personas a las que la carta iba dirigida, que se regocijaran en el Señor siempre. Y Pablo tenía autoridad para decir esto, porque cuando él estaba escribiendo estas palabras estaba en la cárcel. Y para muchos, quizás este no es un lugar para estar tremendamente dichosos o felices. Pero la felicidad de Pablo no estaba sustentada en cosas vanas o pasajeras que nos puede ofrecer este mundo. Su felicidad estaba sustentada en el auténtico dador de la felicidad, Dios. ¡Decide buscar tu felicidad en Jesucristo!
Tomados del libro de devocionales del Pastor: “Meditad sobre vuestros caminos”.