Hay un antiguo proverbio que dice: «Cuando hables, procura que tus palabras sean mejores que tu silencio».
Desde que nos despertamos en la mañana, hasta que nuestros ojos se cierran en la noche, e incluso a media noche en medio del sueño, estamos continuamente oyendo ruidos y escuchando palabras. Decía el escritor Ernest Hemingway: «Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para aprender a callar».
Salomón en el libro de Eclesiastés dice que todo tiene su tiempo. Y entre esos tiempos estaba el de callar y el de hablar. Pensemos por un momento cómo estamos usando nuestras palabras cada día, y reflexionemos sobre si producen bendición o causan daño en la vida de los que nos escuchan. Quizás tengamos que contar hasta 10, o hasta 100, antes de que en momentos de nerviosismo o ira, podamos decir aquellas palabras de las cuales después tengamos que arrepentirnos toda la vida.
Santiago también nos decía en su Epístola que, aunque nuestra lengua es uno de los músculos más pequeños de nuestro cuerpo, tiene el poder para controlar a toda la persona e influenciar todos los aspectos de nuestra vida.
Por lo tanto, pidámosle cada día a Dios que nos ayude a controlar nuestra lengua, para que cada vez que salgan palabras de ella, puedan ser usadas como un medicamento, que puedan traer sanidad y bendición a todas aquellas personas que las oyeran.
Tomados del libro de devocionales del Pastor: “Meditad sobre vuestros caminos”.