El gran reformador Martín Lutero dijo en una ocasión: «Si la carne se queja y clama, como Cristo clamó y fue débil; el espíritu, no obstante, está dispuesto, y con suspiros inefables exclama: Abba Padre, eres tú; tu vara es dura, pero sigues siendo mi Padre».
Vivimos en un mundo donde ponemos condiciones para todo. Si vamos a comenzar en un trabajo, necesitamos saber primero las condiciones. ¿Cuánto nos van a pagar? ¿Cuáles son mis derechos?, etc. Si vamos a comprar una casa, un coche, etc., queremos saber las condiciones. Y lo más lamentable de todo, como el mundo gira de esta forma creemos que a Dios también tenemos que ponerle condiciones.
Cuántas veces quizás le habremos dicho a Dios: Señor, si tú me das un buen trabajo, entonces yo iré más a las reuniones y me comprometeré más contigo. Señor, si tu sanas esta enfermedad en mi familia, entonces yo te prometo que… Y queremos tener un Dios condicionado. Podríamos decir como «un Dios a la carta». Imagínate por un momento que vas a un restaurante a comer y el camarero te pone delante la carta, tú miras y luego decides que quieres comer. Pues a veces con Dios hacemos lo mismo. Le decimos: Señor, si tú haces esto, entonces yo haré esto otro.
Me maravilla la actitud de los tres amigos de Daniel. Ellos estaban pasando por una terrible prueba, tanto es así que podían perder sus vidas. Pues a sabiendas de todo esto, ellos le dicen al rey que el gran Creador del Universo podría salvarlos en ese momento de la muerte, pero que, si decide no hacerlo, aun así, ellos van a seguir confiando en Dios. ¿Seguirás confiando en Dios? ¿Serán tus condiciones o las de Dios?.
Tomados del libro de devocionales del Pastor: “Meditad sobre vuestros caminos”.